















La producción en masa se logra a través de la confección de piezas que luego se unen en talleres especiales. La propaganda y la acción política totalitaria —así como el terror y la represión— obedecen al mismo sistema. La propaganda difunde verdades incompletas, en serie y por piezas sueltas. Más tarde esos fragmentos se organizan y se convierten en teorías políticas, verdades absolutas para las masas. El terror obedece al mismo principio. La persecución comienza contra grupos aislados —razas, clases, disidentes, sospechosos—, hasta que gradualmente alcanza a todos. Al iniciarse, una parte del pueblo contempla con indiferencia el exterminio de otros grupos sociales o contribuye a su persecución, pues se exasperan los odios internos. Todos se vuelven cómplices y el sentimiento de culpa se extiende a toda la sociedad. El terror se generaliza: ya no hay sino persecutores y perseguidos. El persecutor, por otra parte, se transforma muy fácilmente en perseguido. Basta una vuelta de la máquina política. Y nadie escapa a esta dialéctica feroz, ni los dirigentes.El mundo del terror, como el de la producción en serie, es un mundo de cosas, de útiles. (De ahí la vanidad de la disputa sobre la validez histórica del terror moderno.) Y los útiles nunca son misteriosos o enigmáticos, pues el misterio proviene de la indeterminación del ser o del objeto que lo contiene.
Ayer, acompañado de un grupo de gente, vi este esperpento de película. Es sobre una niña que padece cáncer y el viacrucis que ella y su familia sufren, saliendo a flote conflictos entre algunos miembros de la familia por dicha cuestión. El final, aun con cierto giro de tuerca, es sumamente predecible en su esencia: un circo levantado en torno al drama mundano, adornado con lágrimas y momentos bochornosos por su descaro a la hora de apelar en nosotros a sentimientos tan primitivos como superficiales.
Terminado el espectáculo, a alguien se le ocurrió comentar la película y todo el grupo se enfrascó en algo que pretendía ser una crítica comunal pero que termino en comentarios vacíos y clichés sobre el circo levantado al drama mundano, no sobre la calidad cinematográfica en sí. Cuando me tocó opinar —había un consenso general de que todos debían opinar, no obstante todas las opiniones convergían (o debían convergir) en lo mismo—, dije lo que creí: era una película estúpida y sin talento detrás, con hecha con el propósito explícito de hacer llorar y lucrar con ello.
No me faltaron contestaciones. En un ahondamiento en mi respuesta, dije que la película me parecía muy mala porque su “chiste”, el ponerte en contacto con tu lado “humano”, tenía la misma estructura de una película porno: mostrar secuencias sin sensibilidad artística, sólo escatología e imágenes que apelan a tu lado animal, no a tu lado humano. “Una película de hora y media sobre un cachorrito agonizante al que al final le dan un tiro de gracia frente a la cámara no es una obra de arte. Tiene la misma calidad que la filmación del sexo entre dos personas de 80 años o dinamitar a un hombre y ver, en cámara lenta, cómo vuelan los intestinos y los sesos por todo el lugar.”
Sintiendo ofendidos sus criterios artísticos, me pidieron que, si tanto sabía, diera un ejemplo sobre una película que fuera buena y que, según yo, apelara al lado humano. Usé una película que creí todos conocerían, ejemplificando con la escena cumbre de todo el relato:
Estaba preparado para argumentar, porque es una película a la que le tengo especial cariño y esas suelen ser muy criticables. Quería decirles sobre cómo esa escena, que a nivel superficial es estéril y sin significado (una mujer viaja en auto y ve frente a ella a otro auto, con un hombre al que aparentemente ama pero que al final se aleja de ella), es el resultado de todo una historia, el punto álgido de la narración, construido durante todo el metraje y entendible (y disfrutable y sufrible) sólo a quien en verdad logra tocar su lado humano y empatizar con los personajes, comprenderlos y entender las repercusiones de cada uno de sus actos, siendo el más importante, y a la vez el más sencillo y menos parafernálico, el final, donde los personajes han llegado a un estado en el que ni siquiera necesitan hablar. Lamentablemente, nadie conocía la película. La plática desvirtuó posteriormente en una película sobre un perro, en la que actúa Jennifer Aniston, y finalmente en El niño de pijama de rayas.
No tengo nada personal en contra del tipo de películas hechas para apelar a sentimientos a base de mecanismos pueriles —me encanta el porno, por si no ha quedado claro—; sin embargo, me parece increíble que haya una cantidad sustancial de gente que las crea como obras de gran calidad sólo por conmover. El arte, creo, debe apelar a tus emociones pero por miedo de caminos inexplorados (o poco explorados o bajo un foco inconvencional), o, en su defecto, construir en base una obra un punto específico que, si bien muestra algo previamente conocido, debe hacernos empatizar a un nivel profundo gracias al trabajo artesanal tras la edificación del punto (como lo que creo que es la escena de The bridges of Madison County).
El asunto es, en todo caso, discernir.
Otra cosa que se enseña desde el principio es desconfiar del propio juicio. A los niños se les enseña sumisión a la autoridad, cómo averiguar las opiniones y decisiones de los demás y cómo citarlas y cumplirlas.[...]Como cualquier otro escritor, recibo continuamente cartas de jóvenes que están a punto de escribir tesis y ensayos acerca de mis libros, desde varios países, especialmente de los Estados Unidos. Todos dicen: "Deme, por favor, una lista de los artículos sobre su obra, las críticas que los expertos hayan escrito sobre usted". También piden mil detalles totalmente inútiles que no vienen al caso, pero que se les ha enseñado a considerar importantes, tantos detalles que parecen los de un expediente del departamento de inmigración.Esas peticiones las contesto de la siguiente forma: "Querido estudiante: Está usted loco. ¿Para qué gastar meses y años escribiendo miles de palabras acerca de un libro, o hasta sobre un autor, cuando hay cientos de libros que esperan ser leídos? ¿No se da cuenta que es víctima de un sistema pernicioso? Y si usted ha escogido por su cuenta mi obra como tema y si usted tiene que escribir una tesis —y créame que le estoy muy agradecida que lo que he escrito lo haya encontrado usted útil—, entonces ¿por qué no lee lo que he escrito y se hace una idea propia acerca de lo que usted piensa, cotejándolo con su propia vida, con su propia experiencia? ¡Olvídese de los profesores Blanco y Negro!"."Estimado escritor —me contestan—: Debo saber lo que dicen los expertos, porque si no los cito, mi profesor no me va a dar nota."
-Doris Lessing, en el prefacio de El cuaderno dorado (The golden notebook).