lunes, 17 de junio de 2013

El hombre venido a la Tierra

Superman

Mis historias favoritas de Superman siempre han sido una mezcla de tres ingredientes, o al menos algunos de ellos: la falta de solemnidad, el tema crianza contra naturaleza y, sobre todo, la capacidad de maravillarse. No es casualidad que All-Star Superman sea uno de mis cómics favoritos y uno de los infaltables en la numeración de las grandes historias del hombre de acero: tenemos, por un lado, a un Superman bonachón y atrevido, mundano dentro de lo posible, que explota su lado más humano (posible) al saberse mortal como todos y que decide viajar por su pasado y su presente y juguetear con su posible futuro. La película de Richard Donner, la primera superproducción basada en superhéroes de la historia del cine, cumple en todos los apartados, especialmente en el del asombro: la escena del helicóptero, en el que Lois Lane está a punto de encontrar la muerte y es salvada por Superman, es un momento de maravilla y emoción pura no sólo de parte de los personajes en la cinta, sino de parte del espectador. Es un momento en el que el asombro es unánime dentro y fuera de pantalla, y en el que se cree, como decía la publicidad de aquel, que un hombre en verdad puede volar.

En Man of Steel (Zack Snyder, 2013) lamentablemente —para mí— no existe tal sentimiento de maravilla, ni dentro ni fuera de la pantalla. Existe una crisis en torno a la doble naturaleza de Superman, sí, pero tiene un tratamiento tan frío y mal manejado que no pasa de lo anecdótico y, definitivamente, todo es una oda a la solemnidad que, si como mínimo aburre, en ocasiones llega incluso a molestar.

Es esto último lo que a casi nadie se le ha escapado, pues el asunto de esta solemnidad viene de la mano con el retrato de Superman como ser mesiánico, como un Jesucristo moderno: un ser venido de otro mundo con dones semidivinos se enfrenta, a sus 33 años, al sacrificio personal para salvar a todo el mundo, enfrentando después a un agente caído que, en su ambición, busca estar por encima de su propio nivel y función. El asunto no termina ahí, pues la analogía cristiana viene en escenas tan gráficas y explícitas que resulta hasta bochornoso: un Clark Kent dubitativo ante el acontecer, que va en busca de iluminación espiritual a una iglesia (en la cual el trabajo de cámaras se limita a encuadrar a Kent y un vitral de Jesús en una misma escena), un Superman que tras el sacrificio sale de su cueva renacido a los ojos de sus creyentes —tras la pelea con los secuaces de Zod, en la que me parece la escena más descarada en todo este asunto de la comparación con Jesús de Nazaret—.

No creo que todo este rollo sea necesariamente malo, pero es una óptica muy pobre y con visión limitada para abordar la mitología de Superman, centrándose más en la idolatría general de los estadounidenses a la figura cristiana que en aprovechar las oportunidades que el mito del último hijo de Krypton puede ofrecer. Y he ahí mi gran problema con la película: es hecha por estadounidenses para estadounidenses. En este sentido, podría decir que se corrompe mucha de la esencia de Superman y de sus personajes en un supuesto intento de traer al personaje a los tiempos modernos: en lugar de resultar una maravilla naciente, Kal-El pasa a convertirse automáticamente en una amenaza terrorista a causa del mensaje de Zod, quien lo señala como su semejante. El gobierno, temeroso a las posibilidades, antes de intentar entenderlo o incluso negociar con él opta por contenerlo y encarcelarlo desplegando su poder militar, mensaje que seguirá hasta el último minuto de la película. Nadie se maravilla: al contrario, el terror los invade a todos y se busca sacrificarlo y hasta exterminarlo. La paranoia estadounidense en su máximo esplendor.

Otro ejemplo, y éste quizá muy personal, es el de la destrucción de Metrópolis: más que temer o huir del ataque alienígena en sí, los ciudadanos huyen de la destrucción y de los edificios que se derrumban, de las nubes de concreto que se despliegan y que terminan siendo el verdadero enemigo, siendo la escena culminante de esta situación el rescate bajo los escombros de una civil, atacada no por fuerzas alienígenas, sino por el terror de la destrucción urbana. Hay escenas que, incluso, me parecen calcadísimas de las que en su momento se presentaron de las personas del 11-S, con gente corriendo despavorida por las calles.

Y, finalmente, está Superman mismo. Cuando la idea original de Superman es, sí, la del boy scout, el personaje de esta película pasa de ser un hombre que, literalmente, recibe el manto como protector de dos mundos, con toda una escena ceremoniosa, a ser uno que destruye e incluso llega a matar sin la menor consideración, en un festival de (excelente) CGI que, aunque emociona a nivel visual y en un sentido muy primitivo, se torna insulso ante un total quiebre de paradigmas que la propia película previamente había establecido, convirtiendo al superhéroe en un ser insensible y sin conciencia de sí mismo que, finalmente, lo convierten en un igual de Zod: el fin —la salvación del planeta para Kal-El y la conquista de ésta para Zod— justifica los medios —la destrucción salvaje y sin sentido de toda una ciudad—. Por ello, ese momento final, al que se buscaba cargar de emoción y que se convirtiera en un punto de quiebre moral para Superman, resulta ridículo tanto en fondo como en forma, con el grito cliché de desesperación ante lo hecho (el cual, por cierto, debió haber dejado sordos a los civiles alrededor).

Y cinematográficamente queda poco que decir: Man of Steel no sobresale en la cuestión técnica no sólo de otros trabajos de Snyder, sino de la corriente de los blockbusters en general. Su montaje es bastante torpe, no sabiendo mantener un ritmo atractivo o in crescendo, y pasando de muy caliente a muy frío con una brusquedad que no beneficia en nada a la película. Los personajes, así como lo fotografía y el trabajo de cámaras, son grises y opacos: rara vez se esfuerzan en sacar a relucir lo mejor de cada uno y, en lo que respecta a personajes, se benefician en la medida en qué tan poco tiempo aparecen pantalla, de ahí que Kevin Costner sea quien mejor sale parado: sus apariciones fugaces y esenciales lo dejan mejor parado que a Russell Crowe, con un Jor-El que pierde potencia con cada minuto que pasa, terminando en un personaje plano y con momentos ridículos. Michael Shannon —quien ya había aparecido en otra película de un personaje de DC Comics, Jonah Hex— es otro que da lo mejor en pantalla, con un Zod desperdiciado que se proclama como un genio militar que representa lo mejor de su raza y que termina siendo una caricatura de dictadorzuelo cualquiera. Por último, Henry Cavill y Amy Adams: uno, sin saber aprovechar los momentos de brillo del personaje y ayudando a crear este personaje solemne y en ocasiones arrogante, que se siente y sabe guardián del mundo y que no genera empatía; la otra, correcta en su actuar, aunque, como a casi todos, el personaje termina ahorcándola. Sin el clásico trabajo sobresaliente de Hans Zimmer —no recuerdo una pieza memorable de él en toda la película, y a final de cuentas se ve opacado por tanto balazo, explosión y supermadrazo—, Man of Steel queda como algo que, efectivamente, pudo ser y no fue. Zack Snyder podrá estar orgulloso de su trabajo, al menos, pues hizo bien lo suyo, pero el guión de David S. Goyer, con historia de él y del mismo Christopher Nolan, nunca encuentra un equilibrio entre lo respectivo a Superman y lo respectivo a Clark Kent, desechando elementos de ambos y mezclando lo que queda para crear una figura que, más que un superhéroe (en el sentido clásico de la palabra), es un personaje bíblico en batalla contra las fuerzas del mal.

PD: Kevin Smith puede estar feliz por el par de guiños a su famoso acercamiento con el Superman cinematográfico: los osos polares y las arañas mecánicas.


Man of Steel

Man of Steel
Estados Unidos, Reino Unido, Canadá; 2013
Director: Zack Snyder
Protagonistas: Henry Cavill, Amy Adams, Michael Shannon, Russell Crowe, Kevin Costner, Diane Lane

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