miércoles, 30 de noviembre de 2011

Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate

La esperanza no es lo último que muere. Creo que el amor puede morir después de la esperanza, e igual el odio, así como el miedo.

El amor de los padres, por ejemplo. Si un hijo ha desaparecido, la esperanza lo mantendrá con vida. La esperanza explotará al máximo la capacidad del padre de calcular: tomará en consideración cada variable, por más mínima que sea. Explotará todos los escenarios, las fluctuaciones de azar, las convergencias de situaciones improbables pero no imposibles. La esperanza establece una lógica inquebrantable (para quien se entrega a ella) en la que la vía con menos posibilidad es tan válida como la que conjuga la mayor probabilidad, que para quien no vive en la esperanza brilla por su supremacía, por su evidencia. "No, tu hijo no ha desaparecido porque haya escapado y se encuentra a salvo en otro lugar muy lejano. Él está muerto, murió hace tiempo, y quizás nunca sepamos dónde, cuándo y por qué."

Curiosamente, creo que no se puede vivir ni sobrevivir sin esperanza. Se puede andar sin amor, se puede andar sin miedo, se puede andar sin odio pero no se puede andar sin esperanza. No contradice a lo que en un principio enuncié: quien es temeroso, pierde la esperanza y muere por ello sin antes enfrentar a su monstruo, perpetuará el miedo tanto como su presencia persista. Todo trasciende menos la esperanza, porque la muerte de aquel que conjuraba un milagro (un mundo mejor, un ser perdido, una vida más satisfactoria) y no lo consiguió es una afrenta directa a la esperanza de quienes lo rodeaban: "Este hombre no sólo no ha conseguido su fin, sino que ha muerto en el proceso de esperar. Y mi destino es tan exacto como el de él."

¿Es correcto alimentar la esperanza? No sé. Debe tener una justa medida, eso sí. Y quizá deba alimentarse por sí sola y exclusivamente con lo necesario, aquello que no la engorde ni la atrofie sino que la mantenga funcional y ligera, en forma, lista para cualquier situación. Las esperanzas gordas son difíciles de tratar, pues son pesadas y, por lo general, están llenas de porquerías; y las muy flacas, malnutridas, son inservibles y están en perenne agonía.

Y, ante todo, hay que comprender que la esperanza vive en relación contigo y con tu entorno. De eso se alimenta, justamente. Puede ser selectivo con tu entorno: puedes hacer caso omiso a ciertas cosas y tomar en cuenta sólo lo que más apetece para que tu esperanza esté rebosante de salud. También puedes mirar el mundo sin discriminación: mirarlo todo los días, conocer a las personas, involucrarte en la comunidad. Saber qué pasa en el mundo.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Hojas al viento

The Tree of Life

Da la impresión de que The Tree of Life (2011) es una película que le salió al revés a Terrence Malick. Dividida en dos bien delimitadas "secciones", la película invita a un ejercicio de meditación a través de la introspección y la contemplación, divagando sobre una de las cuestiones más nucleares, si no es que la más, de la identidad humana: la vida y la muerte.

Salió al revés, decía, porque, y esto hablando a nivel personalísimo, logró lo contrario de lo esperado: mientras que su lado "convencional" me pareció digno de contemplación y una invitación a cuestionarme lo mundano de la vida, su parte "abstracta", compuesta por escenas donde se estampaba la sucesión de fenómenos naturales —algunos prehistóricos—, me pareció una vacua serie de clips que, además, ocasionalmente echan mano de la voz en off, alejándolos todavía más de ser piezas sui generis (o pretensiones de).

FamilyTreeOfLife

Su acierto más grande es el elenco, siempre competente a la hora de retratar la vida familiar típica estadounidense de los años 50. La dos polos paternales en la película, el del padre recio y duro que educa con mano firme y el de la madre con espíritu libre y amor por la vida, resultan una metáfora que funciona gracias a un Brad Pitt y una Jessica Chastain que se adecuan tanto en lo actoral y en lo presencial, cumpliendo incluso a nivel físico y de apariencia. Lo mismo ocurre con los hijos, que son el núcleo del drama filosófico y los detonantes para la mayoría de los momentos introspectivos, todo acorde a su papel de entes sumisos al designio de las fuerzas tan poderosas como contrarias que los rigen y como personas en desarrollo, en etapas cruciales de la vida. Mención aparte para Sean Penn en un papel que, aunque intenta darle un sentido más profundo, su personaje, modesto pero correcto —el hijo mayor del matrimonio ya crecido, que mira en retrospectiva su vida—, es totalmente prescindible.

Sin embargo, tanta buena ejecución —que también puede presumir de excelente fotografía y estética, dicho sea de paso— se ve opacada por su montaje y la intercalación con la "sección abstracta" del filme, algo que está levantando pasiones entre mucha gente, y con justa razón. Y es que, más que cuestionar en sí la forma del film —respetable en cualquier cineasta—, es interesante ver la benevolencia que están teniendo hacia éste sólo por, infiero, tener el nombre de Terrence Malick a sus espaldas, cuando, tratándose de cualquier otra persona, se criticaría como un elemento facilón y con poca propuesta, que cae en muchos lugares comunes y que no logra acoplarse a la otra "sección" del filme tan bien como se quisiera. Peca, incluso, de tener ocasionalmente una estética de videoclip genérico, sin un esfuerzo por buscar nuevas perspectivas de la naturaleza. Sus tomas parsimoniosas de la naturaleza terrestre, sus escenas en CGI de la prehistoria y del espacio y sus secuencias químicas psicodélicas son, por decirlo de un modo, irónicas: aunque tienen una función clara dentro de la película, no están presentadas de modo que se justifiquen, que merezcan un lugar al lado de su otra sección.

Aunque la decisión de Malick o de cualquier artista sobre la composición de su obra no es cuestionable en términos comerciales, la falta de dinamismo en su narración es algo que vuelve muy pesado a todo el conjunto, opacando además a la historia familiar, la cual debería, considero, ser la que lleve la batuta, la que encuentre un espacio dentro del apartado naturalista, y no funcionar como una mitad escindida con brusquedad de su otra parte pero empaquetada a fuerza con la misma. Malick no logra el equilibrio necesario, y aunque hay cierta belleza en ambas partes y cierto encanto en la intercalación de narraciones, pudo haber más destreza en su unión y presentación.

martes, 8 de noviembre de 2011

Los hijos de La Malinche

La producción en masa se logra a través de la confección de piezas que luego se unen en talleres especiales. La propaganda y la acción política totalitaria —así como el terror y la represión— obedecen al mismo sistema. La propaganda difunde verdades incompletas, en serie y por piezas sueltas. Más tarde esos fragmentos se organizan y se convierten en teorías políticas, verdades absolutas para las masas. El terror obedece al mismo principio. La persecución comienza contra grupos aislados —razas, clases, disidentes, sospechosos—, hasta que gradualmente alcanza a todos. Al iniciarse, una parte del pueblo contempla con indiferencia el exterminio de otros grupos sociales o contribuye a su persecución, pues se exasperan los odios internos. Todos se vuelven cómplices y el sentimiento de culpa se extiende a toda la sociedad. El terror se generaliza: ya no hay sino persecutores y perseguidos. El persecutor, por otra parte, se transforma muy fácilmente en perseguido. Basta una vuelta de la máquina política. Y nadie escapa a esta dialéctica feroz, ni los dirigentes.
El mundo del terror, como el de la producción en serie, es un mundo de cosas, de útiles. (De ahí la vanidad de la disputa sobre la validez histórica del terror moderno.) Y los útiles nunca son misteriosos o enigmáticos, pues el misterio proviene de la indeterminación del ser o del objeto que lo contiene.

Octavio Paz, en El laberinto de la soledad.