Al igual que la naturaleza, el arte, en sus distintas manifestaciones, nos ha proporcionado pesadillas de lo más variopintas. Las más fáciles de asimilar son las audiovisuales, pues su capacidad de recrear ideas mucho más concretas y exactas que el arte abstracto permite que los niños mamen más a fondo sus monstruos, sus situaciones y sus ideas.
Aunque sufrí la tempestad nocturna de muchos monstruos de películas (Alien, Pennywise, Freddy Kruegger, critters, gremlins...), ningun extracto cinematográfico me provocó de niño más desesperanza y pesadez que la de Nemo intentando detener el tren que entra a su casa en Little Nemo: Adventures in Slumberland (1989). El factor clave de la penetración honda de dicha escena en mi mente y alma fue, sin duda, la súplica ignorada de Nemo hacia su madre, pidiéndole que le ayudara a detener el tren. En dicha aparición, el rostro de la madre nunca se muestra; Nemo sólo la ve de espaldas, trabajando mecánicamente en su cocina mientras él intenta con todas sus fuerzas contener el tren que amenaza con introducirse a su casa.
Hoy miro la escena con cariño, claro. Pero de pequeño, encontré algo en ella que no me dejó en paz durante años.
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