Hace algunos años tuve una crisis sobre la muerte. Uno de los vecinos de mi abuelo, un muchacho de mi edad, se había suicidado. Su muerte representó varias cosas para mí: por un lado, estuve frente al primer caso de "hubo tantas cosas que no nos dijimos"; por otro, encontré que mi ideal de vida, una que se prolongaba hasta mi vejez, era tan sólida como un castillo de naipes. Podía morir en cualquier momento.
De ahí empecé a obsesionarme más de lo saludable con la cuestión de la vida después de la muerte. "Mi vida puede acabar en cualquier momento", pensaba, "y quiero saber qué hay después, o si hay un después". Pasó el tiempo y, a causa de mi trabajo en periódicos, empecé a ver muerte por todos lados, y a ver cómo las cosas malas no sólo ocurrían a quienes lo merecían, sino que era una cuestión que llegaba a parecer incluso aleatoria. E inició la espiral: asesinan a balazos, de carro a carro, a un amigo, hermano de un compañero de clases y una de las personas más nobles que he conocido; destrozan a balazos a un compañero de secundaria afuera de un antro de "distinguida" zona de Culiacán (meses después me enteré que su asesinato fue, justamente, el causante de un toque de queda extraoficial en Culiacán durante el 2008); matan, en fuego cruzado, a un joven que trabajaba en el mercado Garmendia; dan muerte al hijo de mi muy apreciado jefe; "levantan" y asesinan a Humberto Millán, periodista político cuyo asesinato apunta totalmente a cuestiones 100% políticas... "Levantados", torturados, asesinados, terrorismo, abuso animal, violaciones, accidentes víales. Muchos, muchos muertos, todos los días.
Y llegué a un punto en que no pude evitar sentir envidia de los muertos. Mi obsesión con la vida después de la muerte se nubló por las muertes que me rodeaban. El trabajo empezó a sentarme mal (y sigue haciéndolo), y, como cualquier persona al tanto de lo que ocurre, la esperanza de un mejor país empezó a volverse cada vez más utópica. Después de romperme la cabeza por la cuestión de la muerte —nacida de mi miedo infantil por morir—, en estos últimos días la he abrazado más de lo que me gustaría, pues la percibo latente y familiar hoy más que nunca. No sé en qué momento empecé a sentir envidia de toda esa gente que se muere, pero me sorprendí cuando caí en cuenta de ello: esa gente no tendrá que lidiar ya con nada de esta, con matanzas, con depresión económica, con días sin sentido, con el gobierno, con el presidente, con todas esas cosas que están lacerando a México y que la están convirtiendo en una mierda, algo donde muchos no queremos estar al morir.
Y puede sonar banal e irrespetuoso, pero soy sincero: empiezo a sentir envidia de las personas que se mueren. No sé qué tanto tendrá que ver eso con mi modo tan pesimista de ver la vida o la situación actual de México, pero viendo que cada día parece superar al anterior en lo que respecta a cosas malas en México, mi capacidad de lidiar mentalmente con todo esto se encuentra menguante. Cada día se da fe de la incapacidad de México, de su gobierno y de su sociedad; de ofrecer un futuro a la gente de mi edad y a la más joven ("¡Alguien piense en los niños!"), por lo que, no pudiendo ofrecer prosperidad para el futuro, no sé cómo se pretende que este país salga adelante. No hay seguridad, no se respeta a la vida y la gente empieza a dejar de quererse. Esta tradición mexicana de egoísmo —uno de los pilares de la sociedad mexicana del siglo XX— no llevó a nada bueno a nuestros abuelos y nuestros padres: nos tornó en entes sin importancia social, cuando deberíamos ser una fuerza impoluta y perfecta contra cualquier cosa mala que nos aceche.
Superé mi trauma sobre la vida después de la muerte. Si no hay nada después, bienvenido sea. Siento envidia ahora de esa nada, pues aquí están pasando tantas cosas que a veces creo que no puedo con ellas.
3 comentarios:
Lo malo de cuando ésto empieza a suceder a tu alrededor todos los temores surgen como viejos enemigos dispuestos a hundirte. Como sabrás, en mi estado también están sucediendo cosas que antes sucedían nada más en la frontera o en Tamaulipas. Fuera de ése contexto, también me ha tocado escuchar de compañeros de facultad que han asesinado a sus novias y demás. Aunado esto, al hecho de que vivo la mitad de mi tiempo en una casa flotante y para regresar debo tomar no uno, sino dos aviones (y con el miedo que tengo a volar) también me ha hecho cuestionarme un par de cosas, aunque no al grado que lo has expresado.
Qué mal que nuestro país esté sufriendo de ésto, y peor aún que nos damos cuenta que las cosas y personas por las que accedemos a vivir también son efímeras, como nosotros.
Un abrazo, William. Y cuando puedas, ponte tu anillo azul, aunque parezca inútil y superficial. De alguna forma aún podremos creer que todo estará bien.
Muchas gracias por tu comentario, Mauricio :)
Comparto tu sentimiento. Muy recientemente (este fin de semana) han matado a sangre fría a uno de mis seres más queridos, un miembro de mi familia al que quería como a un padre. Entre todos los sentimientos encontrados que me ha provocado esta situación, no pude evitar pensar lo mismo que tú; que, hasta cierto punto, lo envidio. Yo en lo personal no creo ni en Dios, ni en el karma ni en nada (cosa que evidentemente no he compartido con mi familia, para quienes la religión no ha sido sino una especie de soporte espiritual, cosa que respeto), pero de lo que sí estoy seguro es de que está en un lugar mejor que donde estamos nosotros, quienes ahora vivimos con más miedo que nunca.
Otra reacción que he sentido y de la que no estoy particularmente orgulloso, pero contra la que (de momento) no puedo hacer nada, es la indiferencia. Si antes me avergonzaba de no tener una postura lo suficientemente activa contra esta situación, ahora me siento peor de darme cuenta que me importa mucho menos. Después del daño que ya le han hecho a mi familia, no sé si realmente me importa lo que siga sucediendo con el país. Estoy consciente de que es una postura muy egoísta (incluso más que la anterior), y espero que sólo sea una etapa del duelo, debido la cercanía de los hechos. Aun así, no puedo dejar de admirar los casos de las personas que, indignadas por todo lo que les han arrebatado, siguen exigiendo justicia -y muchas veces mueren en el intento. Espero que, de entre todo esto, lo que más se pueda rescatar sea perder el miedo (aunque yo, lo confieso, no me siento aún lo suficientemente fuerte).
Sé que la situación es todavía peor en los estados del norte, pero esta vez también nos tocó también a nosotros. A toda la gente de por allá (incluyéndote, claro está), mucho apoyo y mucha fuerza (palabras que, tras escuchar repetirlas por tanto tiempo finalmente han adquirido otro significado para mí).
Publicar un comentario