domingo, 25 de marzo de 2012

Odisea

Disculparán la ausencia de un mes acá. Me he mudado de ciudad (ahora estoy en el DF, para los interesados) y he tenido que afrontar varias cosas propias de un movimiento de esta índole, desde encontrar donde vivir hasta conseguir trabajo, que de momento me ha parecido lo más difícil.

No obstante, el mayor de los problemas con los que he lidiado ha sido la soledad. Me sorprendí a mí mismo hace unas semanas, cuando caí en cuenta de lo poco preparado que estoy para enfrentarme al hecho de estar viviendo solo y que, a la larga, quizá este podría ser mi modus vivendi: alejado no sólo de mis seres queridos, sino de los seres que me quieren.

Platiqué de estas inquietudes con algunos amigos y tuve respuestas muy dispares. Unos se abocaron por la idea de que la soledad es el camino natural del humano, por lo que estaba viviendo un proceso inherente a mi naturaleza. Me apabulló muchísimo la idea y la rechacé inmediatamente, pues no estaba en una situación, en ese momento, de visualizar más semanas o meses con esta misma sensación de vacío, de no encontrar a alguien en quién apoyarme.

Me acordé, en ese instante, de algo que me dijo mi madre días antes de moverme hacia acá y que yo menosprecié, pues, como dije, nunca esperé encontrarme en este estado de espíritu: "Allá estarás solo. Sé que a veces nosotros —mis hermanos y ella— te podemos desagradar o preferirías no vernos, pero sabes que siempre estamos acá: sabes que si abres la puerta de tu cuarto puedes caminar y encontrarnos. Sabes que por las mañanas, si bajas, me vas a encontrar a mí trabajando o en la cocina, que va a haber desayuno ya hecho. Sabes que si un día te pasa algo en la calle puedes llamarme y yo iré a ayudarte. Sabes que si te sientes mal puedes venir a hablar conmigo, aunque no te guste, y si tienes algún problema juntos podemos ver el modo de solucionarlo". Sobra decir que había (y hay) inmensa sabiduría y certeza en sus palabras.

Otros amigos me hablaron sobre la normalidad del sentimiento y de cómo formaba parte de un proceso de adaptación, algo que teóricamente ya había contemplado pero que en la práctica no he podido sobrellevar. En todo caso, desde entonces he asimilado un poco más la soledad, abrazándola no como una maldición sino como una oportunidad. Eso sí, sigo sin dejar de añorar la compañía de las personas.

Y con un mes acá, ya me estoy dando cuenta de ciertas cosas de las que me hacía falta darme cuenta. Mi odisea, que aún tiene un final incierto, fue emprendida con varias metas a cumplir. Hasta el momento, siento que estoy alcanzando una de ellas, lo cual me alegra muchísimo.